Seguimos en nuestro viaje por la Denominación de Origen: Ribera del Duero en España y en esta ocasión te presentamos nuestra entrevista con Carmelo Rodero, de las prestigiosas Bodegas Rodero.

Carmelo Rodero, un nombre profundamente arraigado en la viticultura de Ribera del Duero, ha pasado su vida entre viñedos y lagares en la localidad de Pedrosa de Duero. Desde niño, sus recuerdos están ligados al proceso tradicional de elaboración de vino, guiado por las manos de sus abuelos. Ese vínculo con la tierra y el vino marcó su destino desde temprana edad, convirtiendo su pasión en una vocación de vida.

A los 17 años, mientras otros arrancaban viñas en la región, Carmelo apostaba por lo contrario: comenzó a plantar nuevas vides utilizando las ganancias de un negocio que había montado recogiendo paja. “El campo siempre me ha fascinado, no puedo estar sin ir a él”, confiesa. Este primer paso fue solo el inicio de una aventura que, con el tiempo, lo llevó a consolidar una importante explotación vinícola.

Hacia 1990, respaldado siempre por su esposa Elena, Carmelo decidió dar un paso más y fundar su propia bodega. Juntos apostaron por la excelencia, conscientes de que la clave de un gran vino reside en la calidad de las uvas, las “perlas negras” como las llama con cariño. Desde la primera cosecha en 1991, los vinos de Bodegas Rodero han sido sinónimo de calidad, obteniendo premios y menciones tanto a nivel nacional como internacional. “No me arrepiento en absoluto de haber tomado esta decisión, todo lo contrario, ha sido un éxito”, asegura Carmelo con satisfacción.

Pero el trabajo en Bodegas Rodero no solo se ha basado en seguir la tradición. La innovación y la constante búsqueda de mejoras también han sido fundamentales en el éxito de la bodega. “Siempre he creído que cuando trabajas en lo que te gusta, tienes que intentar ser el mejor. He hecho muchas pruebas con clones, variedades y tipos de madera. Incluso diseñé un sistema de vinificación que patenté en 2005, el cual ha sido clave en la mejora de nuestros vinos”, explica. Esta búsqueda incansable de perfección le ha llevado a ser reconocido entre los 19 mejores enólogos del mundo en Costa Rica, un logro que recuerda con humildad.

Sin embargo, el éxito de Carmelo Rodero no es solo técnico. El alma de su bodega también se alimenta de un enfoque artístico y espiritual. En la zona de guarda, donde reposan barricas y botellas, suena música clásica y cantos gregorianos. “Está demostrado que tanto las plantas como los animales evolucionan mejor con música. Yo nunca he dudado que el vino es un ser vivo, así que cada vez que realizamos un trasiego, le ponemos música. Creo que les hace bien”, comenta con una sonrisa. Este equilibrio entre ciencia y sensibilidad es lo que define la filosofía de Carmelo: una combinación de arte, innovación y respeto por la naturaleza.

A este apasionante proyecto familiar se ha sumado una nueva generación. Sus hijas, Beatriz y María, han heredado la pasión de sus padres y se encargan de distintas áreas dentro de la bodega. “Ellas forman un equipo perfecto”, dice con orgullo. Beatriz se encarga de la parte enológica, mientras que María lidera el marketing y la comercialización. Este relevo generacional asegura la continuidad de Bodegas Rodero, manteniendo los cimientos sólidos que Carmelo ha construido a lo largo de los años.

Hoy, Carmelo se siente pleno y feliz, disfrutando de su familia, especialmente de sus tres nietos. Aunque muchos le critican por no dejar de trabajar, él lo tiene claro: “Si supieran cuánto disfruto trabajando, no me lo reprocharían. Lo hago porque realmente me gusta y disfruto echando una mano a mis hijas. He tenido la suerte de disfrutar cada día de trabajo, incluso aquellos de 20 horas”, revela con entusiasmo.

Con casi 30 años de relación con México, uno de sus mercados más fieles, Carmelo sigue llevando sus vinos al mundo, combinando tradición, innovación y una pasión inquebrantable por su trabajo. “A México no podemos fallar, al menos una vez al año vamos para allá”, afirma, agradecido por el apoyo que ha recibido del público mexicano durante décadas.

La historia de Carmelo Rodero es la de un hombre que ha hecho del vino su vida, manteniendo una profunda conexión con sus raíces, pero sin dejar de mirar hacia el futuro.

Nos aventuramos a conocer Ribera del Duero en España, que no solo es una denominación de origen, es el corazón de algunos de los mejores vinos de toda España. Con más de 2,000 años de historia, sus vinos ofrecen una experiencia sensorial inigualable, marcada por un clima extremo y un terruño único. Descubre con nosotros lo que hace a Ribera del Duero un referente mundial del vino y explora la conversación que tuvimos con el presidente de su consejo: Enrique Pascual.

Ribera del Duero es una de las denominaciones de origen más importantes del mundo vitivinícola. Situada en el corazón de Castilla y León, esta región no solo produce algunos de los vinos más emblemáticos de España, sino que también alberga una rica historia que se remonta a siglos atrás.

Según Enrique Pascual, presidente del Consejo Regulador de Ribera del Duero, esta denominación es mucho más que una simple región productora de vino. Para él, es una mezcla de historia, tradición, innovación y pasión por el terruño:

“Ribera del Duero es una zona con vinos históricos, clásicos e impresionantes, pero también con una capacidad única de adaptarse a las nuevas exigencias del mercado sin perder su esencia. Eso es lo más importante para nosotros: mantener nuestra identidad, basada en la uva Tempranillo o Tinto Fino, que en esta tierra alcanza su máxima expresión”.

El nacimiento de una denominación

La historia moderna de Ribera del Duero comenzó hace más de 40 años, cuando un grupo de visionarios decidió que esta tierra, con su particular clima y suelo, merecía ser reconocida a nivel mundial. La creación de la Denominación de Origen fue un paso crucial para preservar la calidad y la autenticidad del vino que se producía en la región.

Pascual destaca este momento como un hito: “Se creó una figura de calidad rigurosa, con controles estrictos tanto en la producción de la uva como en el vino. Este rigor ha permitido que Ribera del Duero se posicione como una referencia mundial en vinos de calidad”.

El Consejo Regulador, del cual Enrique Pascual ha sido presidente por más de una década, juega un papel clave en este proceso. Su misión es asegurar que cada botella de vino que sale al mercado con la etiqueta de Ribera del Duero cumpla con los más altos estándares de calidad.

“Controlamos absolutamente todo: la producción, las bodegas, y las contraetiquetas que acompañan cada botella. Estas contraetiquetas son como un sello de autenticidad que garantiza que el vino cumple con los rigurosos estándares que hemos establecido”.

Hoy en día, la región cuenta con más de 340 bodegas y miles de viticultores que trabajan en conjunto para mantener el prestigio de la denominación.

Pascual explica que “el clima continental extremo de la zona, con inviernos muy fríos y veranos calurosos, unido a una altitud que varía entre los 700 y 850 metros sobre el nivel del mar, ofrece unas condiciones inmejorables para el cultivo de la vid”.

Estas condiciones, sumadas a la diversidad de suelos, permiten que la uva Tempranillo o Tinto Fino adquiera características únicas, dando lugar a vinos excepcionales.

El Tempranillo y la identidad de Ribera del Duero

La uva Tempranillo, conocida localmente como Tinto Fino, es la verdadera protagonista de Ribera del Duero. Esta variedad ha encontrado en la región un hogar perfecto para su desarrollo, gracias a las condiciones climáticas extremas y a la diversidad de los suelos. Pascual lo describe con entusiasmo:

“En Ribera del Duero, el Tempranillo tiene una expresión única que no se encuentra en ningún otro lugar. Y lo curioso es que, en una misma parcela, puedes encontrar diferentes tipos de suelos, lo que añade una complejidad maravillosa a los vinos”.

Además de la Tinto Fino, desde 2019 Ribera del Duero ha incorporado también al portafolio de la denominación la variedad blanca Albillo Mayor. Pascual resalta la singularidad de esta uva: “Es un vino blanco de guarda, algo poco común en España, pero que en Ribera del Duero se está trabajando con gran éxito. Es un vino que mejora con el tiempo, y eso nos ha permitido ofrecer algo nuevo y diferente al mercado”.

Además de las mencionadas, la denominación permite el cultivo de otras variedades como la Cabernet Sauvignon, Merlot, Malbec y Garnacha, que en conjunto aportan mayor complejidad a algunos vinos de la región. Aunque los vinos tintos dominan la producción, también se elaboran algunos rosados que, en palabras de Pascual, “han logrado sorprender gratamente a los paladares más exigentes”.

Características distintivas de los vinos

Los vinos de Ribera del Duero son conocidos por su robustez y capacidad de envejecimiento. Pascual lo explica de manera precisa: “Son vinos con una gran estructura y cuerpo, que combinan los sabores intensos de frutas rojas y negras con notas especiadas, resultado del envejecimiento en barricas de roble”.

Estas barricas, que suelen ser de roble americano o francés, aportan al vino esas notas características de vainilla y especias que los han hecho tan apreciados en todo el mundo.

Además, el trabajo de clasificación de la gente en Ribera del Duero permite los consumidores saber cuánto tiempo ha envejecido el vino antes de ser comercializado:

• Joven: Vino sin crianza o con menos de 12 meses en barrica.
• Crianza: Requiere un mínimo de 24 meses de envejecimiento, de los cuales al menos 12 deben ser en barrica.
• Reserva: Estos vinos deben envejecer al menos 36 meses, con un mínimo de 12 meses en barrica.
• Gran Reserva: Los vinos más añejos, con un envejecimiento mínimo de 60 meses, de los cuales al menos 24 meses deben ser en barrica y el resto en botella.

Esta clasificación asegura que los vinos de Ribera del Duero puedan ofrecer tanto frescura en los vinos jóvenes como complejidad y sofisticación en los vinos de mayor guarda.

Historia que respalda el prestigio

La historia vinícola de Ribera del Duero se remonta a más de 2,000 años, cuando los primeros viñedos fueron plantados por los romanos. Sin embargo, fue en 1982 cuando se estableció oficialmente la Denominación de Origen, un momento clave en la modernización y proyección internacional de la región.

“Desde entonces, hemos logrado posicionarnos junto a otras grandes denominaciones como Rioja, gracias al trabajo incansable de bodegas y viticultores que se esfuerzan día a día por mantener la calidad”, afirma Pascual.

En Ribera del Duero hay más de 300 bodegas, muchas de ellas reconocidas a nivel mundial. Pascual menciona algunas de las más icónicas: Vega Sicilia, Pingus, Protos y otras que han contribuido a construir la reputación de la región. “Cada bodega aporta su visión, pero todas tienen un objetivo común: producir vinos de calidad que representen lo mejor de nuestra tierra”, asegura.

Un romance con México

Uno de los mercados que más ha abrazado a Ribera del Duero es México, país que, en palabras de Pascual, ha desarrollado un “romance” con los vinos de la región. “La verdad es que en México siempre nos sentimos como en casa. El mercado mexicano ha sido clave en la expansión mundial de Ribera del Duero, y siempre hay nuevas oportunidades para seguir creciendo y estrechando lazos con el público mexicano”.

México no solo ha demostrado ser un mercado importante, sino que también ha adoptado la cultura del vino de una manera muy especial. El crecimiento en el consumo de vinos en el país, así como la creciente oferta de restaurantes y tiendas especializadas, ha hecho que la demanda por vinos de Ribera del Duero siga en aumento. Pascual celebra esta acogida y asegura que los productores de la región están comprometidos en seguir sorprendiendo al consumidor mexicano con nuevas propuestas.

Ribera del Duero no es solo una denominación de origen, es un referente en la producción de vinos de alta calidad. Enrique Pascual concluye: “La combinación de nuestras variedades de uva, el clima, el suelo y la experiencia de nuestros viticultores ha permitido que Ribera del Duero se sitúe entre las mejores regiones vitivinícolas del mundo. Y estamos comprometidos a seguir evolucionando, sin perder nunca nuestra identidad”.

Recientemente David Baker de la Universidad de Washington ganó el Premio Nobel de Química 2024 por su investigación en diseño computacional de proteínas y parte de ese triunfo también enaltece al mexicano Daniel Silva, un científico mexicano de 44 años de edad que ha colaborado con Baker durante más de una década.

Daniel Silva (Doctor en Bio-Química) estuvo al pie del cañón en las investigaciones de Baker desde sus inicios en el laboratorio de la Universidad de Washington y ahora en su puesto como cofundador y director de Monod Bio.

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El trabajo de Silva junto con un equipo de investigadores especializados, está enfocado en el desarrollo de una nueva tecnología sin precedentes que tiene el potencial de innovar y de transformar la forma en que se producen y sobre todo en cómo se utilizan diversas sustancias químicas dentro de la actual industria del mundo de la medicina. Sobre estos avances, Silva se pronuncia al respecto:

“Lo que hacemos es transformar estos fantásticos conceptos científicos en productos que cambien la vida de las personas. Estamos al principio de una revolución.”

Silva supo que quería convertirse en científico después de leer un artículo en la revista ‘Muy Interesante’ sobre el ADN y dio inicio a sus estudios universitarios en la UNAM en el año 1999 en el Instituto de Investigaciones Biomédicas.

Tres años después, Silva conoció a Baker cuando vino a la UNAM a dar una charla en el año 2002. Baker notó un alto interés del joven Silva y le enseñó ese mismo día a usar Rosetta, un nuevo software que había desarrollado.

Gracias a esa interacción Silva le pidió una oportunidad para unirse a su equipo de trabajo 10 años después de ese suceso, cuando ya tenía su doctorado en México y una estancia posdoctoral en Hong Kong.

Es así como el mexicano terminó siendo parte del equipo de investigadores que ganaron el premio Nobel de Química 2024 encabezados por David Baker, un premio que se otorgó en conjunto con Demis Hassabis y John M. Jumper de Google DeepMind.